Argentina es uno de los países que lidera todas las clasificaciones mundiales en cuanto a materia de medicina y cirugía estética. Este dato no es positivo o negativo en sí mismo, pero sí enmascara algunas realidades sobre las que conviene detenerse. Más que nada en los problemas y disfunciones que se han detectado en este ámbito.
Hay que partir de la base de que la persona que se somete a un tratamiento de estética tiene como objetivo mejorar su imagen. En este sentido, es fácil entender que si el resultado de cualq uiera de estas técnicas es precisamente el contrario, la frustración y los daños psicológicos que sufre este paciente son aún mayores. Y, por desgracia, no dejan de producirse ejemplos de rostros desfigurados, mamas asimétricas o con cicatrices y otros casos en los que una cirugía estética deja marcada de por vida a la persona.
Conviene insistir en que no estamos hablando de supuestos en los que el individuo tenía unas expectativas no realistas sobre los resultados y se siente insatisfecho pese a que la cirugía ha salido bien. Nos estamos deteniendo en las situaciones en las que verdaderamente las consecuencias de estas intervenciones son terribles. Y, por desgracia, evitables. Porque en la mayoría de estos últimos casos, la causa del fallo es una mala praxis médica.
De ahí que, al final, cuando se hacen recomendaciones en materia de medicina estética el foco de atención se ponga, insistentemente en el acierto en la elección del cirujano que nos va a atender. Es la clave que garantiza que se minimizan los riesgos de fallos.